¿Es posible que civilizaciones alienígenas que lograron un alto avance tecnológico hayan condenado su existencia, autodestruyéndose? Según algunos investigadores, y tal como decía Carl Sagan, la tecnología mal usada (como la energía nuclear) podría causar el fin de nuestra civilización.
La gran mayoría de las civilizaciones alienígenas que alguna vez han florecido en nuestra galaxia están, probablemente, muertas. Esa es la extraordinaria y desalentadora conclusión de un estudio llevado a cabo por investigadores del Instituto de Tecnología de California y el Jet Propulsion Laboratory, de la NASA.
Para su trabajo, los científicos utilizaron una versión ampliada de la famosa ecuación de Drake, que en 1961 trató de determinar las probabilidades de encontrar inteligencias extraterrestres en nuestra galaxia y que tras ser popularizada por Carl Sagan en su inolvidable serie «Cosmos» ha sufrido, desde entonces, numerosas actualizaciones. El nuevo estudio, en efecto, es mucho más práctico que el original, y nos dice dónde y cuándo es más probable que ocurra la vida en la Vía Láctea. Pero también identifica el que los científicos consideran como el factor más importante que afecta a su posibilidad de perdurar: la tendencia de las criaturas inteligentes a la autoaniquilación.
Utilizando complejos modelos estadísticos, los investigadores hallaron que el mejor momento para que la vida inteligente surgiera en la Vía Láctea fue unos 8.000 millones de años después de su formación, y que muchas de esas civilizaciones podrían haber estado «solo» a 13.000 años luz del centro galáctico, justo la mitad de la distancia de lo que está la Tierra, donde los humanos emergieron cerca de 13.500 millones de años después de la formación de la Vía Láctea.
«Desde la época de Sagan -explica Jonathan H. Jiang, uno de los autores del estudio- ha habido mucha investigación. En especial, desde los telescopios espaciales Hubble y Kepler, tenemos mucho conocimiento sobre las densidades de gas y estrellas en la Vía Láctea, así como sobre la tasa de formación de nuevas estrellas y planetas… y sobre la tasa de ocurrencia de explosiones de supernovas. De hecho, conocemos algunos de los números que en los tiempos de Sagan aún eran un misterio».
En su trabajo, los autores del estudio analizaron una amplia variedad de factores capaces de influir en el desarrollo de la vida, como la prevalencia de estrellas similares al Sol con planetas parecidos a la Tierra, la frecuencia de supernovas emitiendo radiación mortal, la probabilidad y el tiempo necesario para que la vida inteligente pueda evolucionar y, por supuesto, la más que probable tendencia de las civilizaciones avanzadas a autodestruirse.
Teniendo en cuenta todos estos factores, los investigadores hallaron que la probabilidad de que la vida basada en los elementos que conocemos emerja y se consolide alcanza su punto máximo a unos 13.000 años luz del centro galáctico unos 8.000 millones de años después de la formación de la galaxia.
La Tierra, como se ha dicho, se encuentra a unos 25.000 años luz del centro de la Vía Láctea y la civilización humana surgió casi 13.500 millones de años después de su nacimiento. En otras palabras, en términos de geografía galáctica es probable que la humana sea una «civilización fronteriza» y relativamente tardía con respecto al grueso de las civilizaciones inteligentes de la galaxia, que en su mayoría estarían agrupadas alrededor de esa banda de 13.000 años luz del centro, donde las estrellas similares al Sol son más abundantes.
Pero el estudio, como se ha dicho, también consideró los factores que pudieron haber terminado con esas civilizaciones, como la exposición a la radiación, la interrupción de la evolución a causa de un impacto de asteroide u otra catástrofe natural y, sobre todo, la tendencia de la vida inteligente a autoaniquilarse, ya sea a través del cambio climático, los avances tecnológicos o la guerra.
Todo lo anterior sugiere que la mayor parte de las civilizaciones que aún existen en la Vía Láctea son, probablemente, jóvenes. El resto se habrían «erradicado a sí mismas», de modo que la mayor parte de las civilizaciones que alguna vez existieron en la Vía Láctea habrían desaparecido ya irremisiblemente a causa de su propia autodestrucción.
Pero ¿Con qué frecuencia se «suicidan» las civilizaciones? Se trata de la variable más incierta del artículo, pero también de la más importante a la hora de determinar cómo de extendida puede estar la vida inteligente fuera de nuestro planeta. Según el estudio, incluso una probabilidad extremadamente baja de que una civilización determinada se aniquile en un momento determinado, por ejemplo a causa de un holocausto nuclear o de un cambio climático descontrolado, significaría que la inmensa mayoría de las civilizaciones que han existido en la Vía Láctea ya se habrían ido para siempre.
«Si bien ninguna evidencia sugiere explícitamente que la vida inteligente eventualmente se aniquilará a sí misma -escriben los investigadores-, no podemos excluir a priori la posibilidad de la autoaniquilación». Sin ir más lejos, la posibilidad de que la guerra o el cambio climático, entre otros escenarios, conduzca de forma inevitable a la destrucción completa de la raza humana es algo que está respaldado ya por numerosos estudios, como por ejemplo los de Nick en 2002, Webb en 2011, Billings en 2018 o Sotos en 2019.
Los hallazgos de la investigación fueron publicados en arXiv.
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